Educar sin gritar: principios básicos

El exceso de carga laboral, la falta de tiempo y el estrés al que están expuestos los padres día a día dejan poca paciencia para educar a tus hijos.

A su vez, el estrés asociado a las actividades académicas, los deberes, las extraescolares y su propio desarrollo constante, afecta negativamente en el bienestar emocional y al comportamiento de niños y adolescentes.

Muchas veces parece que la solución más rápida y fácil es pegar un par de gritos y mandarlos a su habitación, castigarlos con la “play” o quitándoles el móvil.

Si eres padre o madre, habrás descubierto que esta técnica no funciona a largo plazo.

Primero, porque muchas veces después de gritarles nos sentimos culpables y compensamos la culpabilidad con cariño; segundo, porque vemos que pronto el castigo se ha olvidado y la conducta no deseada vuelve a repetirse.  

Con el tiempo, nos damos cuenta de que la relación con nuestros hijos se ha convertido en un bucle de riñas diarias, con pocas ocasiones donde disfrutamos del tiempo con ellos.

¿Qué quieren los niños?: atención y poder

Para empezar a cambiar este tipo de rutinas es importante modificar la percepción de las cosas. Lo primero es dejar de sentirnos culpables por corregir a nuestros hijos.

Que quede claro: corregir es impartir disciplina, es poner normas, es ayudarlos a convertirse en adultos capaces y autónomos. No hay motivo para sentir culpabilidad cuando ejercemos nuestra autoridad como padres de la forma correcta.

En consulta vemos a muchos padres, en numerosas ocasiones separados, que confunden el cariño con poner límites. Los niños a los que no se ponen límites, terminan a menudo convirtiéndose en adolescentes demandantes, con muy baja tolerancia a la frustración, que han perdido el respeto por sus progenitores.

De acuerdo a los expertos en temas de disciplina positiva, Jane Nelsen, H. Stephen Glenn y Amy McCready, la clave para educar a tus hijos sin tener que alzar la voz se resume al entendimiento de dos necesidades: nuestros hijos demandan atención y poder, y la forma de demandar estas necesidades puede ser adecuada (pedir) o no adecuada (exigir, gritar, rabieta). Depende de los padres reforzar las adecuadas y extinguir y corregir las inadecuadas.

La atención en el niño tiene que ver con su necesidad de “ser escuchado, visto y sentido”, es decir, sentir “que importa”.

El poder en el niño es su necesidad de autonomía, de sentir control sobre su mundo y sus propias decisiones. Es la tendencia natural de cualquier ser vivo el desarrollarse de manera autónoma para, más adelante, valerse por sí mismos.

Ambos, atención y poder (por supuesto, sin olvidar el amor, el afecto, la comprensión y la aceptación), son fuentes imprescindibles de autoestima, sin la cual, los niños y adolescentes, no podrán alcanzar las competencias suficientes para una adaptación sana al mundo adulto.

Cubriremos la necesidad de atención de los pequeños cuando hagan comportamientos adecuados y deseados, retiraremos la atención cuando la conducta no sea la deseada.

Para reforzar la necesidad de poder de tu hijo le enseñaremos y facilitaremos a participar en el control sobre sus propias decisiones (y sus consecuencias), lo que facilitará la aceptación de normas y disminuirá la necesidad de usar la autoridad de manera agresiva: “porque lo digo yo!». Una manera es ofrecer dos o más alternativas de conducta ó de consecuencia (castigo o recompensa) dentro de la norma que queremos aplicar ó conducta que queremos modificar.

Por ejemplo: si queremos que se esfuercen más en el estudio, podemos dejarles elegir la recompensa si sacan buenas notas. En el caso de aplicar un castigo por incumplimiento de una norma, al darles la oportunidad de elegirlo fomentamos su implicación y responsabilidad: si vuelves a insultar a tu hermano, ¿Qué eliges, quedarte sin paga ó sin móvil?

8 Principios para educar a tus hijos sin gritar

A continuación os exponemos varios principios basados en técnicas de modificación de conducta necesarios para educar a tus hijos sin gritar:

Primer principio: si tu hijo está repitiendo una conducta indeseada es porque, de una forma u otra, consigue su objetivo de recibir atención o conseguir poder, incluso aun sufriendo una regañina, un castigo o los gritos de sus padres. Si ves que un castigo o los gritos no funcionan para cambiar una conducta en tu hijo, deja de hacerlo, hay otras alternativas.

Segundo principio: El castigo NO enseña la conducta adecuada y deseable, sólo lo que no debe de hacerse. Por lo tanto, un castigo tiene que ir seguido necesariamente de la explicación de por qué la conducta no es aceptable y  ENSEÑAR LA CONDUCTA DESEADA. 

Tercer principio: no se castiga o corrige al niño, se castiga o corrige LA CONDUCTA INDESEADA. Es muy habitual, sobre todo cuando los padres están estresados, están cansados o tienen sus propias preocupaciones, que una reprimenda, un castigo o una corrección, se convierta en algo personal: “eres un vago”, “no seas cochina”, “vas a ser un fracaso”, “eres incapaz”, “siempre estás igual”, en vez de “no te comportes así, hazlo de esta manera”.

Esto, repetido en el tiempo, puede tener un efecto devastador en la autoestima de un pequeño y provoca una emoción negativa en ambos que ,si es sostenida, termina dañando la relación padres – hijos. 

Cuarto principio: El castigo o la corrección debe realizarse sin crítica personal, sin enfado y con paciencia, pero con autoridad. El propósito de corregir una conducta es el aprendizaje, no “desahogarse” o controlar, por lo tanto, tiene que estar libre de la manifestación de ira, culpa o pena.

Al centrarse en la conducta y no en el niño o la niña, se hace más fácil para el adulto controlar la expresión de la emoción. Si estás muy estresada o enfadado y crees que no podrás controlarte, es preferible que esperes a estar más tranquilo.

Quinto principio: la corrección de la conducta o la aplicación de las consecuencias negativas por incumplimiento tiene que ser avisada con antelación, en un momento tranquilo y se cumplirá según lo avisado, siempre.

Tiene que haber coherencia y consistencia entre lo avisado y lo cumplido. Si es posible, se darán alternativas de consecuencias negativas por incumplimiento, para que el pequeño elija lo que ocurrirá si no cumple. Para asegurarnos de que lo ha comprendido, le pediremos que nos lo repita. De esta manera, si el menor no cumple, será por su propia responsabilidad.

En el caso de que el pequeño se rebele y no quiera repetir o elegir alternativa, entonces le diremos que si no es capaz de llegar a un acuerdo, tampoco lo es para tener el privilegio (por ejemplo, si quieres pactar una norma de uso de móvil o play y las consecuencias, pero él o ella se niega a llegar al acuerdo, entonces le diremos que no tiene madurez suficiente para móvil ni play).  

A veces los pequeños no saben que están haciendo algo mal o es posible que estén “en su mundo”, distraídos, inmersos en su tarea, jugando o viendo la tele; y el adulto de manera sorpresiva y agresiva aplica un castigo (apagamos la tele, gritamos, le quitamos el videojuego), con la consecuente explosión del niño.

Es preferible avisar con antelación lo que se espera del niño: “en 30’ dejarás de jugar y harás los deberes”, “en 15’ apagarás la TV y ordenarás tu cuarto”, “no jugarás hasta que no hagas los deberes”, etc.  Podrás dar alternativas si es posible: “haz los deberes y después podrás ver la TV o jugar a la play ¿Qué prefieres?”.  Es muy importante cumplir con el aviso, si no, se pierde la autoridad y se mantendrá la conducta indeseada.

Sexto principio: Proporcionalidad de la norma o del castigo. La consecuencia de la conducta inadecuada tiene que estar relacionada con dicha conducta. Si vamos a castigar por no dejar de jugar a la play, es preferible que lo hagamos con el acceso a la play por un tiempo determinado o no dejar jugar a un determinado juego (incluso, puede proponer acordar el castigo “¿Qué prefieres, que te la quite por 3 días o no te deje tu juego favorito?”)

Séptimo principio: El refuerzo de las conductas debe de primar sobre el castigo. Dar aprobación, a las conductas adecuadas, mostrar afectividad positiva, pactar recompensas por cumplimiento de normas, esfuerzo realizado (cumplido o no el objetivo) y objetivos cumplidos es la mejor manera de enseñar los comportamientos deseados y responder a las necesidades de atención y poder del menor. Los tercer y sexto principios se aplican también al refuerzo de conductas adecuadas.

El objetivo durante la enseñanza siempre es conseguir que el pequeño, al ir creciendo, aprenda los comportamientos adecuados y los realice sin necesidad de premios materiales, interiorizando su automotivación y las normas sociales y familiares.

Por eso no es aconsejable “abusar” de los premios materiales para incentivar conductas. 

Y octavo principio para educar a tus hijos sin gritar: los comportamientos de los padres también pueden estar influyendo en el mantenimiento de las conductas inapropiadas de los menores. Miedo a poner límites, sobreprotección, agresividad, falta de tiempo de calidad con los hijos, etc

Por último, siempre habrá niños más difíciles que otros. Hay problemas de comportamiento, trastornos de conducta y ciertos problemas del desarrollo infanto – juvenil que requieren de un abordaje terapéutico profesional.

Si tienes dudas o quieres saber más, contacta con nosotros para una sesión de terapia familiar gratuita donde podremos ofrecerte otras recomendaciones.

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